viernes, 13 de marzo de 2009

Michel de Montaigne (1533-1592 )


Escritor y ensayista francés. Nacido en el seno de una familia de comerciantes bordeleses que accedió a la nobleza al comprar la tierra de Montaigne en 1477. Fue educado en latín, siguiendo el método pedagógico de su padre. Más tarde, ingresó en una escuela de Guyena (hoy Aquitania), donde estudió poesía latina y griega, y en 1549 empezó a estudiar derecho en la Universidad de Tolosa.

A partir de 1554 fue consejero en La Cour des Aides de Périgueux, sustituyendo a su padre, y cuando esta se disolvió, pasó a formar parte del Parlamento de Burdeos.

“(…) Empleó los conocimientos que las nuevas exploraciones le aportaban, descubriendo mundos muy distintos del suyo, para dirigir la atención hacia las más importantes diferencias de su propia sociedad. Las cosas que él consideraba significativas ausente en las sociedades primitivas incluía aspectos tales como la ciencias, las cartas, los ricos, la pobreza, los magistrados, la superioridad política, el uso de servicio, contratos, propiedad privada y el vino, entre otras cosas” ( Montaigne reedición 1943:182).

Quedó profundamente emocionado por el hecho de que “la sociedad humana podía mantenerse con tan escaso artificio y cimentación humana” (ibídem). Los aspectos menos atractivos de dicha sociedad le parecían no mucho peores que los de la suya propia. E, incluso, da la impresión de que considera a estos últimos peores. *

“En la vida y en la obra de Montaigne se precisan con el mayor vigor y claridad los caracteres del subjetivismo y del humanismo renacentista del siglo XVI, unidos a un escepticismo que, aunque procedente, en su aspecto externo, del escepticismo antiguo, tiene por origen una muy diferente experiencia. La experiencia de Montaigne se da sobre todo en el descubrimiento de la insignificancia del hombre que, al estimarse equivocadamente superior al resto de las cosas, olvida los vínculos que lo unen a la Naturaleza. El vivir conforme a la Naturaleza, que Montaigne toma de los estoicos y de los epicúreos, pero que siente como una necesidad individual y no sólo como una verdad doctrinal, resuena de modo constante dentro de ese pesimismo que no es, en el fondo, sino una preparación para conseguir, mediante la eliminación de toda actitud presuntuosa, la tranquilidad de ánimo y la prudencia en todas las cosas. Vida conforme a la Naturaleza, eliminación de la inquietud producida por la ambición y el egoísmo, consideración de todas las cosas como transitorias, discreción en la ciencia y en el comportamiento humano, cumplimiento de las leyes y usos vigentes para evitar los mayores males que produce la rebelión contra ellos, todas esas normas no tienen otro sentido que el de contribuir a la felicidad individual, que es la única felicidad efectiva y concreta frente a las pretendidas grandezas y a las engañosas abstracciones, pues «hay que prestarse al prójimo y no darse más que a sí mismo» (Essais, III, 10). O, como indica R. Sáenz Hayes, «Montaigne reduce a lo justo cuanto solemos abultar en el deseo de mostrarnos como hijos predilectos del infortunio. Enseña el culto de lo relativo y enaltece las virtudes de la duda». Duda que no ha de confundirse, como apunta dicho autor, con una negación, pues la duda y el tan repetido ¿qué sé yo? de Montaigne se refieren más bien a la propia persona, de la que se pretende excluir el fácil dogmatismo sobre lo externo y el afán de dominio a que conduce con frecuencia. Así, Montaigne corrige de continuo las negaciones mediante afirmaciones. Entre estas destaca la proposición de una norma de vida para sí y para los pocos que quieren acercarse a él, pero una norma de vida que supone justamente la existencia de la afirmación y del dominio en el mundo y que busca la única actitud que corresponde asumir al sabio frente a lo inevitable.

Montaigne utilizó para expresar sus intuiciones sobre el hombre y la vida, queda un remanente que muestra la originalidad de Montaigne y su aguda percepción de cuestiones que hoy llamaríamos «existenciales». Al declarar que todo hombre lleva en sí el peso de la humana condición, Montaigne parece apegarse a un concepto «naturalista» y «universalista» de la existencia humana: he aquí, parece decirnos, el hombre; he aquí, por tanto, su «naturaleza». Pero esta humana condición no es nunca para Montaigne invariable: «En verdad que es sujeto maravillosamente vano, diverso y ondulante el hombre» (Essais, I, 1). El ser «ondulante» (ondoyant) es aquí fundamental; el hombre no «es», sino que «se hace». Y se hace, además, «hacia» el futuro. En el siglo XVI Montaigne nos habla, pues, ya del «proyectar humano»: «No estamos jamás en casa; estamos siempre más allá» (ibid., I, iii). El «estar más allá de nosotros mismos», el proyectarnos hacia el futuro para realizarnos a nosotros mismos es posible justamente por la condición «ondulante» antes referida. Sin duda que Montaigne habla de continuo de «la naturaleza», escribiendo con frecuencia que «así procede la naturaleza» (véase, por ejemplo, III, iv). Pero no es una naturaleza invariable; es un llegar a ser lo que se es en tanto que se va a ser”. **

Obras:

· Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay). prólogo de Antoine Compagnon. Edición y traducción de J. Bayod Brau. Colección Ensayo 153. 1738 páginas. Cuarta edición. Barcelona: El Acantilado.

Fuentes:

-www.ferratermora.org/ency_filosofo.html **

-Rossi y O´higgins. 1981. Teoría de la cultura y métodos Antropológicos, Anagrama. *

- Laburthe-Tolra/Warnier1998 "Etnología y Antropología", Akal ***


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